El breve espejismo del comunismo populista

El breve espejismo del comunismo populista

Hoy se cumplen diez años de la fundación de Podemos, partido en el ámbito de la izquierda comunista que surgió al calor de la grave crisis financiera internacional y con el objetivo de superar las viejas limitaciones del PCE desde la experiencia de los nuevos movimientos populistas iberoamericanos, especialmente, del socialismo bolivariano del siglo XXI.

En solo una década, la formación que lideró y lanzó a la escena política Pablo Iglesias ha experimentado su cénit y su nadir, en un proceso de declive vertiginoso que es imposible desligar de los dos defectos congénitos de cualquier movimiento de izquierda radical: el personalismo y el lastre de una ideología intrusiva en la política, la economía y las relaciones sociales que siempre se resuelven en el fracaso.

Pero si Podemos se encuentra al borde de la extinción como actor relevante en la vida pública española –sustituido por una coalición que tiende de nuevo al posibilismo que representó Izquierda Unida– sus efectos nocivos sobre el cuerpo social están lejos de atenuarse y todavía condicionan la normal convivencia democrática, sumida en una radicalización maniquea que, prácticamente, impregna el mensaje político y ha sido adoptada como propia por un partido socialista que vivió el ascenso de los podemitas desde el desconcierto y el temor.

No en vano, en la repetición de las elecciones en 2016, Podemos y sus confluencias regionales, se quedaron a 14 escaños de superar al PSOE y conseguir el liderazgo de la izquierda. Fue, por supuesto, un espejismo, alimentado en parte por la dura pugna interna que atravesó el PSOE, que, con Ciudadanos, también tuvo su reflejo en el ámbito del centro derecha.

Pero si la aventura de un desconcertante político como Pablo Iglesias, que no sólo renunció al Gobierno, sino que se retiró de la primera línea de la batalla ideológica tras su descalabro electoral en Madrid, no consiguió acabar con el bipartidismo, sí hizo que los dos grandes partidos nacionales tuvieran que depender de otras formaciones nacidas, como Vox, en el caldo de cultivo de la radicalidad y el populismo que trajo Podemos o, lo que es peor, de unos partidos nacionalistas, en el caso del PSOE, que han encontrado en el discurso progresista un asidero en el que travestirse.

Por último, en la caída de Podemos no sólo ha operado la estrategia del divide y vencerás, también su contacto con la realidad de la gestión pública, que ha dejado a la intemperie las viejas obsesiones comunistas de intervencionismo económico y social, como ya hemos señalado, y que se han traducido en el deterioro de todos aquellos problemas, desde el paro a la vivienda,

  • que pretendían solucionar mediante fórmulas erróneas y meramente voluntaristas.

Tras Podemos, ha vuelto la fragmentación de la extrema izquierda a la que sobrevuelan unos odios personales de muy mal pronóstico.

Antonio Carbajal
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