Una novedad editorial presenta una imagen de Rosa Leveroni en su querido Cadaqués. Rosa Leveroni es un nombre imprescindible en la poesía catalana y que, probablemente, merecería más atención por parte de los medios. Eso podría ser porque siempre estamos ligados a las novedades editoriales y estas no suelen acompañar a los nombres clásicos. Afortunadamente, a veces ocurren sorpresas y esa se llama «Una tarda de música», un pequeño y delicioso librito que acaba de ver la luz de la mano de Brau Edicions. Con una tirada de solamente 200 ejemplares, en él se recoge el manuscrito con dibujos que Leveroni dedicó a su maestro Ramon D’Alòs-Moner, quien había sido profesor suyo en la Escola de Bibliotecàries. La escritora solía visitar a D’Alòs-Moner en la hoy rescatada Torre Garcini de Barcelona. Leveroni podía disfrutar allí de una extensísima biblioteca prestando una especial atención en la obra de Dante Alighieri.
Leveroni había ingresado en la Escola Superior de Bibliotecàrias en el curso 1929-1939, uno de los centros creados por la Mancomunitat y verdadero eje del saber en aquellos años. Además de Ramon D’Alòs-Moner, por la escuela pasaron nombres de la talla de Nicolau d’Olwer, Ramon Xirau, Ferran Soldevila o Pere Bohigas, entre otros. Pero fue allí donde Rosa Leveroni se encontró con la poesía, con la que sería una de las más grandes pasiones de su vida, gracias especialmente a las clases que recibió durante el segundo curso de la mano de Carles Riba, el poeta que mucho tiempo después sería el prologuista de «Epigrames i cançons», una de las obras de la escritora.
En 1937, en la Barcelona herida por las bombas de la Guerra Civil, Leveroni no podía dejar de visitar a quien tanto debía, a su querido Ramon D’Alòs-Moner. Fue el 26 de junio de ese año cuando, en el transcurso de un encuentro con el profesor, Rosa Leveroni redactó un pequeño álbum titulado «Una tarda de música» y que ella mismo ilustró con unas sencillísimas viñetas a colores. Formado por un total de 19 composiciones líricas, Leveroni dedicó cada una de ellas a amigos y a intelectuales de ese tiempo, como el hoy injustamente olvidado escritor Josep Maria López-Picó, receptor de los primeros versos: «Ai, quina pena canta/ plena de roses/ que punxa i s’encanta/ en veus moroses./Ai!».
La edición de Brau, de la que se ha hecho una tirada de solamente 200 ejemplares, conserva el tamaño original del manuscrito, lo que nos permite hacernos una idea de la precisión de la poeta en un espacio tan pequeño como es el de las minúscula hojas usadas para «Una tarda de música». Ya se ha citado por aquí «Pigrames i cançons» que fue el primer libro que Leveroni entregó a imprenta, en 1938, y que fue finalista del Premi Joaquim Falguera. En la citada introducción, Riba fija las que cree acertadamente que son las intenciones de su discípula: «Usted busca preservar la expresión de su intimidad en unos ámbitos prefijados, breves y limpios».
Con el final de la guerra, Rosa Leveroni vio como el mundo que había edificado se venía abajo: el escritor Ferran Soldevila, quien había sido su amor, se marchaba al exilio; perdía su puesto de trabajo como bibliotecaria y se prohibía la publicación en lengua catalana. Fue en ese momento cuando decidió convertirse en una de las grandes resistentes de la cultura catalana, aliándose con Carles Riba y participando en iniciativas como las revistas clandestinas «Ariel» o «Poesia», además de participar en los Jocs Florals que se celebraban en el exilio y que ganó en dos ocasiones.
En 1952 recopiló toda su lírica en «Presència i record», precedida de un prólogo de Salvador Espriu, volumen en el que también incluyó «Epigrames i cançons». Espriu no dudó en definirla como «la más auténtica y depurada voz lírica femenina de la generación a la que pertenezco». Instalada en Cadaqués, Rosa Leveroni siguió construyendo allí su extraordinaria obra, como se constata en el volumen «Poesia» de 1981. Sus papeles están en la Biblioteca de Catalunya, donde se guarda, por ejemplo, su correspondencia con Anna Maria Dalí aún inédita.
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